La ultraderecha de Nuestra América

La ultraderecha de Nuestra América

OPINIÓN

Ascencio Canchari

La ultraderecha de Nuestra América

La ultraderecha de Nuestra América comparte con sus pares del Primer Mundo las conductas autoritarias, la intolerancia hacia las minorías estigmatizadas y la recreación de una ideología conservadora. Ha importado, además, las técnicas de

manipulación de las redes sociales, con una agenda reaccionaria de intrigas y fake news implementada por pelotones de trolls. Transformaron la conversación y el contrapunto de opiniones en engaños, para fidelizar a un público cautivo. Multiplican de esa forma su captura de audiencias, viralizando discursos de pura intolerancia.

Con ese instrumental han logrado salir del encierro de clase que afectaba a sus antecesores elitistas y lograron territorializar parte de su actividad en el campo popular. Disputan actualmente presencia en sectores sociales que estaban fuera de su alcance, con posturas demagógicas basadas en la denigración del sistema político. Con esos pilares despliegan una presencia callejera mayor que sus colegas del mundo desarrollado.

La ultraderecha de Nuestra América tiene determinantes muy específicos. Expresa, ante todo, la reacción de los grupos dominantes contra las mejoras obtenidas durante el ciclo progresista de la década precedente. Por esa razón confronta también en las calles con todos los movimientos, partidos o figuras emparentados con algún ideario progresista. Este perfil reactivo y revanchista es la nota dominante de la oleada reaccionaria en Nuestra América.

La tónica vengativa contra las experiencias revolucionarias (Fidel) radicales (Chávez, Evo) o progresistas (Kirchner, Lula, Correa) explica su odio a la izquierda y su apego a las modalidades clásicas del macartismo. Las diatribas contra la “amenaza comunista” han renacido con gran fuerza en el Nuevo Mundo y el discurso de la guerra fría es repetido con la misma puntillosidad del pasado.

América Latina ha quedado al margen de los grandes conflictos bélicos, pero acumula un récord de violencia cotidiana, De las 50 urbes más peligrosos del planeta 43 se localizan en la región. El neoliberalismo ha generado un entramado mayúsculo de criminalidad. Añade a los viejos patrones de la marginalidad urbana, una novedosa interacción de mafias y redes del narcotráfico controladas desde Estados Unidos. El mensaje de orden represivo busca resucitar de añoranza por un pasado más tolerable.

Los grupos reaccionarios cuentan, además, con el enorme sostén de muchas corrientes evangélicas. Desenvuelven intensas campañas contra la igualdad de género y han logrado que Brasil sea el país con mayor población pentecostal del planeta. Ungieron un presidente en Guatemala y formaron bancadas de legisladores en Chile, México, Colombia, Paraguay, Perú y Ecuador.

La subordinación al trumpismo es un rasgo generalizado en todas las vertientes de la región. El primer ensayo de articulación derechista en Nuestra América fue directamente diseñado por los asesores de Trump (Abrams, Rubio, Pompeo), que montaron el efímero Grupo de Lima. La estrecha y subordinada relación de Bolsonaro a Trump quedó corroborada en el refugio provisto por la Florida a los golpistas brasileños.

Los reaccionarios de Nuestra América han buscado también una articulación con el falangismo español de Vox, para recrear el eje ideológico hispano-americano. Al discurso habitual contra el “peligro comunista”, añaden la reivindicación de la conquista colonial y la consiguiente convalidación de la masacre de los pueblos originarios.

La derecha sostuvo tradicionalmente todas las formas de violencia que utilizaron las clases dominantes para garantizar sus privilegios. Esa función era asegurada por el ejército a través de feroces dictaduras. Los fracasos acumulados por esas tiranías y la fuerte oposición democrática a su reinstalación han reducido la viabilidad de esa receta. Para sortear esa limitación, la nueva oleada reaccionaria apuntala formas sustitutas del viejo golpismo.

El imperialismo norteamericano es el principal sostén de los regímenes autoritarios, que la ultraderecha refuerza con su ideología, sus aparatos y sus liderazgos. Ha estado particularmente involucrada en los complots del lobby de Miami contra Cuba y Venezuela, pero confronta con cualquier revuelta popular genuina. Recobró gravitación como instrumento de las elites para lidiar con esas protestas.

Esta funcionalidad para contrarrestar resistencias, acallar militantes y aterrorizar descontentos es su principal rasgo. Los derechistas han tomado nota de los levantamientos sociales, que en los últimos años desembocaron en triunfos electorales del progresismo en Bolivia, Chile, Perú, Honduras y Colombia. También registraron las victorias de movilizaciones populares más recientes en Ecuador y Panamá y los giros políticos en Argentina, México y Brasil. La ultraderecha vuelve a escena para tantear respuestas reaccionarias a esos desafíos. La restauración conservadora no pudo sepultar el ciclo precedente y por eso ensayan otros rumbos, para desactivar la persistente lucha popular.

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