Higiene en la época incaica de la que debemos aprender
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OPINIÓN
Mario Zenutagoya B.
Higiene en la época incaica de la que debemos aprender
En estos tiempos de pandemia, una de las reglas de oro que recomiendan es la higiene permanente antes de ello para muchos probablemente no era tan “indispensable”.
Repasando nuestra historia, como señala el colega periodista e investigador acucioso del Tahuantinsuyo José Vargas Sifuentes que publicó el 2019 el libro “La sexualidad en el Imperio de los Incas” que en algún momento lo comenté en esta columna, agrega a su publicación un interesante comentario sobre algo poco conocido, la higiene en la época incaica.
Sorprendido debieron quedarse los primeros invasores españoles que llegaron a nuestras tierras al conocer las costumbres higiénicas de los incas y el cuidado que brindaban a sus cuerpos, cosa contraria a lo que ocurría en Europa que entonces no destacaba en este gran hábito.
Los cronistas españoles testimoniaron la vida en el incario y coinciden en destacar las leyes y ordenanzas que lo regían, una de las cuales disponía que los integrantes de cada familia debían mantener un stricto aseo corporal y de su vestimenta, además de mantener limpia su casa y en buen estado los campos de cultivo que les correspondían.
Periódica e inopinadamente, las familias eran visitadas por el llactacamayoc (especie de autoridad o dirigente vecinal) del lugar para inspeccionar sus viviendas y campos. Los que cumplían o acataban lo dispuesto eran premiados y halagados en público, y los que no cumplían eran obligados a lavar su cuerpo de pies a cabeza, y luego tomar el agua de lavado, como forma de castigo y escarmiento.
En ocasiones, el castigo para los “perezosos”, sucios y puercos que no practicaban la limpieza eran cien azotes con huaraca y la obligación de beber pócimas nauseabundas, como lo detalla el cronista Felipe Guamán Poma de Ayala en su “Nueva Crónica y Buen Gobierno”.
En sus “Comentarios Reales”, Garcilaso de la Vega refiere que la ley domiciliaria obligaba a los vecinos a comer a puertas abiertas para que los llactcamayuc pudiesen entrar libremente y poder observar la vida familiar y el cuidado.
Dice también que los palacios y casas de las autoridades contaban con baños de piedra de cantería finamente decorados para el uso particular, existían fuentes y manantiales.
En su obra “El señorío de los Incas”, el cronista Pedro Cieza de León cuenta “en los palacios de los ingas había muchas cosas que ver, especialmente unos baños muy buenos, asimismo en muchas partes grandes baños, y muchas fuentes de agua caliente. Donde los naturales se bañaban y bañan (estos últimos hoy son los baños del inca).
Bartolomé de las Casas señala que “había también baños comunes para qure todos se provechasen yentes y vinientes”
De las Casas, Cristóbal de Molina y Sarmiento de Gamboa detallan la forma en que los incas celebraban las fiestas del huarachikuy, en la que los jóvenes eran reconocidos como adultos; y de la situa o citua, en las que el baño colectivo formaba parte del rito.
La situa que se celebraba en varias épocas del año, era una especie de ceremonia de purificación para mediante ritos, invocar a los dioses que protegiera la salud del Inca, impidiera el desarrollo de epidemias y echara del pueblo todas las enfermedades y males de la tierra.
En cuanto a las mujeres, las de la nobleza y del pueblo se preocupaban mucho de su apariencia personal, mostraban el rostro limpio, y lucían maquillajes y diversos afeites en los ojos y alrededores.
Lavaban sus largas cabelleras en una caldera con agua y yerbas, utilizaban el maguey para mantenerlas sedosas.
Esta es una muestra de cómo se practicaba la higiene en el tahuaytinsuyu, mucho más higiénicos. Un ejemplo de lo mucho que aún tenemos por aprender sin necesidad de que nos recomienden las autoridades.