La mañana del lunes 29 de setiembre, la institución educativa inicial José Alfaro Pacheco se llenó de silencio. El aula que hasta el viernes acogía las risas de Adrián, un niño de apenas cinco años, se convirtió en un espacio de despedida. Sus pequeños compañeros lo recibieron por última vez, no con juegos ni canciones, sino con flores, globos blancos y lágrimas que los adultos no pudieron contener. El niño ya no volvería a ocupar su pupitre: el sábado 27, una camioneta lo atropelló en el barrio Chankas, sector la Hoyada, en el distrito Andrés Avelino Cáceres.
El accidente ocurrió cuando Adrián regresaba a casa con un peluche en brazos. Según relató su abuela, Maribel Vilca Luis, el vehículo de la contratista Consorcio A&E, que trabajaba para Electrocentro, maniobraba en la zona tras instalar una caja de electricidad.
“Le ha pisado su cabecita… mi nieto estaba agonizando”, contó con la voz entrecortada. Entre sollozos, denunció además que el chofer no auxilió al menor: “Yo grité, pedí ayuda, y él seguía conversando como si nada. No le dio importancia a mi nieto”, recordó entre lagrimas.
En medio del dolor, la abuela también respondió a los comentarios que circularon en redes sociales, donde algunos acusaban a los padres de descuido. Insistió en que Adrián no estaba solo ni abandonado: había salido a unos pasos de su casa, acompañado de su hermano, con su peluche apretado contra el pecho. Para la familia, esas palabras injustas sumaban más dolor, desviando la atención de lo ocurrido: la pérdida de un niño cuya vida no debió apagarse de esa manera.
La tragedia movilizó a vecinos y autoridades. Antonio Cuba Mendoza, subprefecto del distrito, acompañó a la familia en la misa de cuerpo presente en la iglesia Santa Rosa.
“Nosotros, como autoridad, estamos en este dolor junto a la familia. El caso está siendo investigado por el Ministerio Público y la Policía Nacional”, declaró, comprometiéndose a brindar apoyo en lo que sea necesario.
Durante la ceremonia, el templo se llenó de un silencio que dolía. Solo el murmullo de las oraciones y el crujir de las bancas interrumpían el recogimiento. Los padres, abrazados con fuerza, apenas podían sostenerse, mientras amigos y vecinos se unían al dolor colectivo. En el altar, el pequeño ataúd blanco permanecía rodeado de velas encendidas y flores, convertido en el centro de una despedida marcada por la incredulidad y la tristeza.
Ese mismo sábado, en paralelo al velorio, Electrocentro emitió un comunicado expresando sus condolencias. La empresa precisó que la camioneta pertenecía a la contratista Consorcio A&E, dispuso la suspensión del chofer, activó los seguros correspondientes y aseguró que colaboraría con las investigaciones. Las palabras oficiales se sumaban al proceso judicial en marcha.
Tras la misa, el cortejo avanzó por las calles rumbo al Cementerio General de Ayacucho. Vecinos y familiares cargaban flores, mientras los más pequeños sostenían globos blancos que se elevaron lentamente al cielo, como un último gesto de despedida. A cada paso, los cantos y rezos acompañaban el recorrido de Adrián, un niño cuya vida se apagó demasiado pronto. Entre la tristeza y el silencio, se escuchaba con fuerza el clamor de la familia y la población: que se haga justicia, que su muerte no quede impune, y que los responsables respondan por esta tragedia que conmovió a toda la ciudad.
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