Andrés Solari | Palabra de un Mudo
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Siempre hemos entendido la Política como la actividad encaminada a gobernar o administrar una sociedad basada en el Poder, el Orden, la Paz que se constituye a partir de un Estado. Es el concepto que permite la gobernabilidad cada vez más perfecta de los países grandes o pequeños, de las federaciones de estados, de las regiones, para colaborar en el fin supremo de la dignidad de la persona humana sin discriminación alguna.
Quienes participan en la Política, por tanto, deben conjugar un desapego altruista, solidario, algo así como pensar que su participación está en función del colectivo, de los otros. Para ello, los Partidos Políticos se organizaron sobre la base de una DOCTRINA que los orientará reflexivamente sobre cómo orientar una sociedad y construir un Estado acorde con el ideal doctrinario, por lo que no descartaría alianzas honestas con otros partidos de afinidad doctrinal e ideales solidarios.
Por eso hay partidos de tendencias liberales, socialistas, socialcristianas, socialdemócratas, comunistas y hasta anarquistas. Desde principios del siglo XX se inició en el Perú la organización de partidos políticos de diferentes tendencias, lo que ha ayudado a promover la discusión ciudadana masiva sobre la Política y entendernos como un país con problemas pero con posibilidades.
La crisis económica hiperinflacionaria que sufrimos en los años 80 comenzó a debilitar los partidos sólidos que entonces existían, varios de ellos con poca antigüedad. El triunfo de Fujimori en 1990, con un partido recién registrado hace unos meses -Cambio 90- confirmó que los viejos partidos estaban en una crisis existencial. A partir de ese episodio, se empezaron a registrar movimientos electorales improvisados, políticamente analfabetos, cada vez que se realizaban elecciones.
Abundaron y abundaron en vida pasajera, tráfico gitano, sin doctrina conocida, con ofertas electorales irreflexivas, clientelistas, facilitadoras. Por formalidades legales, estamos acostumbrados a llamarlos Fiestas. Con el tiempo el JNE tenderá a exigir que pongan en sus anuncios el mismo octógono exigido ciertos envases de alimentos derivados del control de calidad: “..alto contenido de azúcar, grasa, colesterol”, “bajo nivel de doctrina”, “deficiencia de ideales”, “reciente fundación”, etc.
Bajo esta reflexión, la política se está convirtiendo en una actividad empresarial, comercial para tomar el poder por cuenta propia, pequeños grupos, elaboración de listas de candidatos previa negociación monetaria con los dueños, canje de prebendas, manejo arbitrario de supuestos. Es decidir, invertir para hacerse autoritario y facilitar los negocios privados. Desde los inicios de la República ha habido corrupción en el Perú.
A partir de Fujimori, comenzó a institucionalizarse en la política y en el comportamiento de los partidos y movimientos a nivel nacional y regional. En los últimos 30 años ha habido más daño y desgracia que en los 170 años anteriores. Los peruanos de un pastel luchan por liberarse de esta pandemia, pero se desconciertan al darse cuenta de que otros peruanos de un pastel no reflexionan sobre su deuda y optan sin mucho miramiento ni reflexión política sobre estas autodenominadas agrupaciones políticas cuestionadas anteriormente.
Asi las cosas, el único “programa político” que subsiste de gobierno a gobierno es el programa de corrupción. El Estado no está de acuerdo en rectificar oportunamente las medidas políticas y legislativas correctivas. La ignorancia política y el analfabetismo político funcional están en camino. La planificación estratégica y las grandes políticas nacionales y regionales son enviadas al olvido o a la impunidad.
Necesitamos una recuperación de la moral pública y de la ciudadanía. Hay mil libros escritos sobre esta ética, en la magra, los practicamos. Es un requisito como derecho humano. Quizá esto ya corresponda a advertir, formar jóvenes que quieran entrar en política espontáneamente pero con criterios éticos, morales, solidarios.
La región de Ayacucho y la ciudad de Huamanga pueden ser un campo de entrenamiento democrático apropiado para empezar a revertir esta situación y estar a la altura del mensaje liberador que nos dejó la Batalla del 9 de diciembre.
Esta concertación ciudadana sería nuestro mejor homenaje al Bicentenario, materialmente rentable y espiritualmente mucho mejor que los sonoros juegos bolivarianos que últimamente nos intentan inyectar como sedante contra todos los males políticos que afectan el desarrollo y la gobernabilidad de Ayacucho.