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sábado, 3 junio, 2023
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Las conquistas de los trabajadores | Editorial

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Hoy es un día más no laborable en la mayoría de los países del mundo. Es una fecha sin mayor significado, cuando no se revisa la historia de porqué, el Primero de Mayo se denomina Día del Trabajo.

No es feriado cualquiera. No se conmemora el nacimiento o muerte de un santo, ni el triunfo de un país sobre otro, en las tantas guerras que padeció la humanidad, o la libertad de un país del yugo a que estaba sometido.

Lo que se conmemora, es algo más sencillo, pero que cambio significativamente la vida de millones de personas en el mundo: la división de las 24 horas del día en tres partes iguales: ocho horas para el sueño y recuperar las energías; ocho para tomar los alimentos y disfrutar de la familia, los amigos; y, ocho para trabajar, es decir, dedicarlos a la producción y los servicios.

No fue nada fácil conseguirlo. Federico Engels, en uno de sus libros aurorales, narra las condiciones en que vivía la clase obrera en Londres, y así era en los demás países de Europa y Estados Unidos.

Las jornadas de trabajo duraban generalmente 16 horas, y los trabajadores debían comer a la vez que estaban trabajando o no comer durante esas horas. La mayor parte de los trabajadores morían de tuberculosis o eran personas famélicas que ingresaban a las fábricas antes de que salga el sol y retornaban a sus hogares, cuando ya era de noche, agotados, a comer un trozo de pan con agua y dormir.

El trabajo no tenía ninguna regulación. Cada dueño de fábrica ponía las reglas. Los hombres adultos ganaban un salario que sólo les permitía la subsistencia, por lo que sus hijos desde muy niños tenían que trabajar. En las minas de carbón, especialmente, debían trabajar en los socavones niños, sin ninguna protección.

Las mujeres trabajaban mientras eran solteras. Las que estaban embarazadas eras despedidas y no recibían ningún descanso. La mortalidad materno infantil era elevada. Las familias obreras de Europa vivían en tugurios, sin agua ni luz y las enfermedades eran cotidianas. En esas condiciones, epidemias como el cólera, que asoló Londres, Parías y otras ciudades industriales no eran novedad.

En Estados Unidos no había ninguna diferencia. Los miles de migrantes que huían de la hambruna que cundía en Europa, llegaban en busca de esperanza los países de América, para terminar cayendo en manos de un empresario o migrar al campo en la conquista de las tierras salvajes, asesinando a los aborígenes que vivían allí: La Patagonia, en Argentina; el oeste en Estados Unidos; el valle del Perene en el Perú.

Por todo esto se levantaron los obreros en distintas revoluciones que vivió Europa en el siglo XIX. La revolución de 1848, que impulso a la organización de los obreros en sindicatos que fueron declarados ilegales y en los paros que fueron reprimidos violentamente. Ahí surgió la internacional socialista, y se escribió en el fragor de la lucha el Manifiesto Comunista, por dos jóvenes socialistas ligados a la causa obrera: Carlos Marx y Federico Engels.

Los obreros, decía Marx, no tienen nada que perder, sólo las cadenas que lo atan a la patronal y su única riqueza es su prole, su familia, famélica y sin pan. Por eso, son proletarios, los despojados de toda riqueza y de todo poder.

La lucha por mejores condiciones de trabajo se expandió a toda Europa y de ahí pasó a América. En los Estados Unidos loas anarquistas, los socialistas y comunistas, formaron los primeros sindicatos, que fueron perseguidos, enjuiciados y muchos condenados a muerte, como los mártires de Chicago o Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti a quienes acusaron de haber asesinado a una persona. Fue un juicio donde no se presentó ninguna prueba y concluyó con la sentencia de pena de muerte en la silla eléctrica.

Hoy vivimos una nueva época del capitalismo. La clase obrera logro triunfar y construir una sociedad donde el socialismo se comenzó a construir, pero 70 años después, fracasaría el proyecto: la URSS.

Sin la amenaza de una nueva revolución, el capitalismo salvaje se ha vuelto a instalar en el mundo, y los jóvenes de hoy, a diferencia de los jóvenes obreros que entregaron su vida por mejores condiciones de vida se han adaptado al sistema, a una economía del consumo desmedido, que está destruyendo el planeta y llevándonos al fin de la especie humana.

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