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jueves, 8 junio, 2023
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InicioCOLUMNISTASFIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIALSobre el fenómeno de la crisis bancaria

Sobre el fenómeno de la crisis bancaria

el Signature Bank (SB) y el Silvergate Capital. A ellos se sumó la crisis del Credit Suisse y su absorción por el UBS, extendiendo el problema a Suiza y a Europa, nada menos que con las pérdidas de valorización del Deustche Bank. En ese marco, los Estados del capitalismo desarrollado salieron a sustentar con aportes y préstamos, las necesidades de la banca en problemas. Junto al Estado, la banca privada hizo lo propio, caso del First Republic Bank fue asistido por un conjunto de bancos como el Bank of America, JPMorgan, Goldman Sachs, entre otros grandes, por la suma de 30 mil millones de dólares.

No es posible encontrar una medida semejante para atender la vulnerabilidad de la pobreza o la indigencia en los países capitalistas desarrollados, lo que hace evidente el papel del Estado capitalista en tanto sostén de los intereses del capital concentrado. La secuencia de turbulencias financieras que se han sucedido este último mes supone el shock global más importante desde 2008, reactivando la sensación generalizada de desconfianza en la fortaleza del sistema para enfrentar estallidos de envergadura.

Estas turbulencias, para completar el cuadro, se han producido dentro de un marco financiero de regulación muy superficial (especialmente, para los bancos de tamaño medio en EEUU), de una pírrica cobertura real de liquidez para responder a retiradas colectivas de depósitos (únicamente de una media del 1% sobre el total, un apalancamiento altísimo) y de un muy escaso riesgo corporativo (seguro público para todos los depósitos, incluso los que superan los límites normativos de 250.000 dólares; junto a un programa de créditos blandos para responder al retiro de depósitos).

Más allá de si la secuencia actual de turbulencias financieras ha terminado o no —cuestión sobre la que no nos atrevemos a aventurar—, pueden constatarse tres dinámicas complementarias insertas en el ADN del sistema financiero que auguran oscuros nubarrones, de los cuales este episodio bien pudiera ser un síntoma.

En primer lugar, el sistema financiero se convierte en una bomba de tiempo, máxime en su gigantismo actual, dentro de una fase económica de crecimiento estancado. El capital ficticio, pese a su relativa autonomía en términos especulativos, no deja de ser en última instancia una prevalorización de una ganancia futura en la llamada “economía real”, por lo que necesita de sendas estables de crecimiento económico. No obstante, si algo caracteriza al capitalismo actual (desde hace décadas, pero especialmente ahora) es su incapacidad para establecer una nueva onda expansiva (no es baladí, por cierto, que los quebrados SVB y SB estuvieran vinculados a start-ups tecnológicas, empresas de capital riesgo y criptomonedas), aventurándose más bien por escenarios marcados por la estanflación y la recesión.

Las consecuencias son múltiples y muy peligrosas: el peso específico alcanzado por las finanzas permite bosquejar la agenda económica en favor de sus intereses (precarización de los salarios, políticas de austeridad); definir las prioridades políticas según sus expectativas de ganancia (sean las renovables, el petróleo, el carbón o la digitalización); pero sobre todo ampliar las condiciones para nuevos estallidos financieros como el de 2008, al convertirse la prevalorización de la ganancia futura en humo, en burbujas no contrastadas por la dinámica capitalista.

La bomba de tiempo financiera, no obstante, es aún más peligrosa si le sumamos una segunda dinámica estructural: los mercados financieros cuentan con una regulación muy laxa. Pese a las pruebas de estrés y el marco regulatorio Basilea III, surgido tras el estallido de 2008, no hay nadie al volante del sector financiero. Las “finanzas en la sombra”, esto es, la versión más especulativa del capital ficticio que ha ido creciendo en las últimas décadas (derivados, opciones, futuros, titulizaciones, CDS), impone actualmente su ley y no cuenta con regulación alguna. Ni siquiera se refleja en los balances de las entidades.

Por último, sumamos una tercera dinámica estructural al ADN del sistema financiero vigente: la progresiva concentración y centralización del capital financiero es una amenaza para la democracia y la igualdad. Si tras 2008 ya asistimos a un proceso de absorción de entidades financieras pequeñas por otras más grandes, la secuencia de este mes ahonda en la misma dirección: HSBC ha comprado la filial británica de SVB, mientras UBS se ha quedado con Credit Suisse. Además, si escarbamos en el accionariado y bonistas de los bancos implicados en las últimas quiebras y descensos en las cotizaciones, observamos que son los megafondos soberanos (Banco Nacional Saudí, Qatar Investment Authority) y de inversión (Blackrock, Pimco, Vanguard, State Street, Capital Research, etc.) quienes protagonizan en última instancia el sistema financiero. Entidades que cada vez más son “demasiado grandes para dejarlas caer”, y que por tanto imponen su ley en términos de rescates, apoyo político y préstamos blandos, frente una clase trabajadora completamente desamparada.

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