solo para hacer oposición, sino también para quitarle el terreno de la calle a los movimientos sociales de izquierda, que han sufrido un reflujo en la medida que han asumido la gestión estatal. El mapa de América Latina se ha pintado de rojo. Salvo pequeñas excepciones, a raíz del triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, los gobiernos están, o en breve estarán, ocupados por líderes izquierdistas.
Sin embargo, las cosas no están tan bien. Ahora, las derechas, derrotadas en las presidenciales, han mostrado no solo un avance electoral, sino un conjunto de variantes que permiten entender una gran fortaleza que podría manifestarse en los próximos años, siempre proyectando que estos tiempos seguramente serán especialmente duros en la arena económica y, por ende, proclives a la desestabilización política.
El resultado en las presidenciales brasileñas da cuenta que su derecha, una derecha radical ha logrado territorializar parte del campo popular en disputa y salir así del encierro de clase que le reparaba su discurso elitista y liberal. La derecha se concentraba en la clase media y alta. En los sectores más occidentalizados, por lo general blancos, profesionales y ascendidos socialmente. Por ello se presumían políticamente “correctas”, demócratas por antonomasia y moralmente “superiores”. Le hablaban especialmente a “la gente de bien” y no les importaba vejar a los pobres, campesinos, obreros y excluidos. Pero ya no es así.
¿Cómo lo han logrado? Hablándole a los sectores populares. Construyendo un sólido lenguaje populista que antes solo manejaba la izquierda, poniendo en suspenso su respeto por la democracia liberal y arremetiendo contra el Status quo, donde incluye a la “izquierda corrupta”. Hablarle al pueblo desde sus problemas y preocupaciones, y esto es algo que la izquierda va perdiendo poco a poco y que la derecha va aprendiendo a utilizar.
De esta manera, a Nuestra América lo vemos entrando en una difícil coyuntura en la que convergen diferentes factores, tales como: debilidad de la izquierda, que muchas veces tiene que refugiarse en el centro y el liberalismo, lo que le lleva a perder su iniciativa transformadora; fortaleza de la derecha, usando ahora un lenguaje popular, interpelativo y avanzando en el electorado pobre, esto es, robando “la cartera” al mundo progresista; además, una crisis económica global que se profundiza y que puede desestabilizar a cualquiera de los nuevos gobiernos, que cuentan con una férrea oposición.
El surgimiento de acciones y discursos protofascistas, de extrema derecha están tomando las calles, mientras la izquierda y los movimientos sociales progresistas se retiran de ella. Lo hemos visto en Brasil, luego de conocerse el resultado electoral, con las movilizaciones que desconocen el resultado y piden la intervención de las Fuerzas Armadas, pero también en Colombia a escasas semanas de la asunción del presidente Gustavo Petro. En Bolivia, la agitación de la derecha santa cruceñista se ha vuelto crónica y reaparece en cada coyuntura, amparada en la impunidad igualmente crónica. En Ecuador, las movilizaciones indígenas no son suficientes para cambiar la correlación de fuerzas políticas. En Argentina, el “negacionismo” se ha movilizado y en Perú el conservadurismo también ha ido a las calles a pedir el derrocamiento de Castillo.
Ha sido el expresidente Donald Trump quien ha catapultado el discurso populista de derecha que lo llevó a aumentar en casi diez millones de votos su votación del 2016 al 2020, aunque también a aumentar exponencialmente a los electores en su contra. Ahora planea su regreso. Hablamos de un discurso polarizador que logra su acometido en la medida que la izquierda gobierna y se debilita por la lentitud de los cambios que pregona y su enlodamiento en los mecanismos de la institucionalidad liberal. Ya no se trata de una derecha radical que es utilizada por la derecha moderada y liberal para enfrentar a la izquierda, sino de la imposición de la radical que va hegemonizando el espectro derechista.
Bolsonaro se ha convertido en un ícono de este movimiento para Nuestra América. Es una especie de “Trump brasileño” que mezcla nacionalismo, anticomunismo, evangelismo y le habla a las mayorías populares en contra del establecimiento brasileño y el liberalismo político, tanto como lo hizo Trump y con resultados equiparables: pierde en las presidenciales pero gana terreno electoral y se mantiene como opción nada descartable, cada vez con mayor poder.
Si la izquierda no analiza y comprende las nuevas variantes, estará incapacitada de controlar este auge y estaremos en presencia de un ciclo progresista mucho más corto que el anterior. Aún quedan varios años para ver cómo evoluciona esta disputa.