El Silicon Valley, con sede central en Santa Clara, California, se fundó en 1983 y tuvo un desarrollo sorprendente en los últimos años, beneficiándose con el auge del sector de la tecnología digital y de los negocios que realizó con empresas emergentes de ese sector. Paradójicamente, la pandemia jugó de gran aliado en su rápido desarrollo.
Con 29 sucursales nacionales, el SVB prestaba servicios a casi la mitad de las empresas estadounidenses de tecnología. Se expandió a varios países europeos, como Alemania, Dinamarca, Irlanda, Suecia y Reino Unido. También se instaló en Canadá, China, India e Israel, ocupando hasta la semana pasada un lugar entre los 20 bancos estadounidenses más sólidos.
Según informaciones brindadas por el mismo SVB, sus activos –incluidos préstamos– se triplicaron durante la pandemia, gracias a las ganancias exorbitantes de los servicios digitales de “recreación” y entrega de alimentos y otros bienes a domicilio a millones de personas confinadas en sus hogares. De 71.000 millones de dólares al cierre de 2019 pasaron a 220.000 millones de dólares en marzo de 2022.
La caída repentina del SVB se produjo tras 48 horas de una clásica estampida bancaria, cuando miles de clientes (empresas e inversionistas) retiraron sus depósitos. Igual que otras instituciones de su tipo, durante el boom de la pandemia el Silicon Valley Bank invirtió miles de millones de depósitos en bonos del Tesoro de Estados Unidos. Lo que parecía una apuesta segura cayó rápidamente cuando la Reserva Federal aumentó las tasas de interés con el propósito de controlar la inflación: el valor de esos bonos se desmoronó de la noche a la mañana, y con ellos, la fabulosa riqueza acumulada por el SVB y otros bancos.
El viernes10 de marzo a la mañana, la cotización de las acciones del SVB se paralizó y el banco abandonó sus esfuerzos por reunir capital o encontrar un comprador. Cayó entonces la guillotina.
Se trata de la mayor bancarrota estadounidense desde la crisis financiera mundial del 2008. La crisis actual se desencadenó la semana pasada. El miércoles 8 de marzo el Silicon Valley Bank anunció la venta forzada de títulos por valor de 21.000 millones de dólares, lo cual le implicó pérdidas de 1.800 millones y una caída a pique de sus acciones en Wall Street. Al mismo tiempo anticipó que vendería 2.250 millones de dólares en nuevas acciones para reparar sus finanzas.
El Gobierno estadounidense abrió el paraguas y tomó rápidas medidas. El Departamento del Tesoro, así como el Sistema de Reserva Federal y la Corporación Federal de Fondos decidieron asegurarles a los ahorristas del Silicon Valley Bank el acceso a sus depósitos, independientemente de su valor. La garantía estándar de la Corporación, que tiene un tope de 250.000 dólares, fue reemplazada de hecho por una garantía total.
¿Mientras que sucedía al otro lado del Atlántico? Como lo indicaron varios periodistas especializados en el rubro económico, a inicios de la semana el CAC 40 –índice de referencia bursátil francés– perdió un 2,9%; el de Fráncfort, algo más del 3%, y el de Londres, un 2,58%. El cotidiano Le Figaro informó que tanto la BNP Paribas, así como la Société Générale, vieron caer su cotización en la bolsa más de un 6%.
Por su parte, el mercado bursátil suizo transmitía el lunes a la mañana una inquietud creciente. Las acciones de Credit Suisse alcanzaron un nuevo mínimo histórico, con una caída del 14,3%. Las de su homólogo Unión de Bancos Suizos (UBS), perdía un 5,8%, y las del Julius Bär, caían 4,6%. Ese mismo día, el título principal del cotidiano gratuito 20 Minutos decía: “Bancos europeos caen arrastrados por la onda expansiva de Silicon Valley Bank”. Y publicaba el detalle retrospectivo (al 10 de marzo) de la preocupante repercusión inicial de la onda expansiva en Europa, tanto en España como en Alemania, Francia, Suiza e Italia, con caídas significativas de sus acciones.
El desplome del Credit Suisse (CS) hizo sonar la alarma, nuevamente y con más fuerza, en todo el sistema financiero europeo y mundial y volvió a revolver las aguas ya barrosas de la banca estadounidense, todavía fragilizada por el “síndrome” Silicon Valley Bank.
Los próximos días serán decisivos para interpretar la dimensión de las olas del tsunami financiero que comenzó en California la segunda semana de marzo y que repica con intensidad en Suiza y en Europa. Permitirán clarificar si los estragos del maremoto se circunscriben a unos cuantos bancos y bolsas o producen poderosas nuevas olas que salpican al conjunto del interrelacionado sistema financiero globalizado.