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Gustavo Gutiérrez: Ortodoxo del Evangelio, heterodoxo de la teología | Opinión

Jesús Ospina | Símbolos y gestos
prensa@jornada.com.pe

El sacerdote Gustavo Gutiérrez Merino nació en Lima el 8 de junio de 1928, y falleció el 22 de octubre de 2024. A un año de su partida, recordamos que fue el padre de la Teología de la Liberación, con una reflexión eclesial, innovadora y profunda, logrando que millones de creyentes entendieran la fe en Dios como un compromiso con la justicia y los pobres. Fundó el Instituto Bartolomé de las Casas en Lima, como un espacio de diálogo entre fe, cultura y realidad social, con la convicción de que el pensamiento cristiano debía nutrirse de la vida concreta de los pueblos.

Una fe encarnada: pensar desde los pobres

Gutiérrez fue fiel al Evangelio y la práctica de Jesús, y eso lo llevó a ser un renovador de la teología. Desde la ortodoxia a la Buena Nueva, repensó la fe desde el sufrimiento del inocente, cuestionando los esquemas teológicos tradicionales más centrados en los textos que en la vida. Para él, la teología era “inteligencia de la fe”, una reflexión que partía de tres elementos inseparables: la fe en Dios, conocimiento de la realidad, sobre todo la de los pobres y excluidos, y la perspectiva de acoger el Reinado de Dios a través de crear una sociedad más justa y humana.

Desde esta perspectiva, la teología no nacía de análisis aristotélicos, teológicos o bíblicos, sino de una pregunta profundamente humana, y por eso mismo divina: ¿cómo hablar de Dios desde el sufrimiento de los pobres e inocentes? Pregunta que marcó su obra y vida, pues entendía que desde la experiencia concreta de dolor, marginación y esperanza de los pueblos podía nacer una palabra hondamente cristiana y liberadora.

Liberación: pecado, consciencia y estructuras injustas

Para Gutiérrez, la liberación tenía tres niveles. La más profunda, la liberación del egoísmo, raíz última del pecado. La segunda liberación es la que oprime al individuo, encerrándolo en el “yo”, y que le impide abrirse al “nosotros”, a la comunión, y a la construcción de un mundo digno para todos. Así, una persona libre, promueve la tercera liberación, la de las estructuras injustas que reproducen la pobreza, y que impiden acoger el don del Reino de Dios. Por eso, Gutiérrez predicó una teología de vida, que busca los signos de los tiempos del Evangelio en los procesos de liberación y esperanzas del pueblo.

El Reino de Dios: horizonte de justicia y fraternidad

La teología también debe su sentido porque busca alcanzar el Reino de Dios en la tierra, no como utopía lejana o puramente espiritual, sino como la convivencia plena donde reine la justicia, la equidad, la hermandad, la solidaridad. En ese horizonte, los sistemas políticos, económicos, culturales deberían transformarse para acoger la luz del amor de Dios y del rostro concreto de los pobres, creando una sociedad con valores como la compasión, el amor al prójimo, el encuentro y la atención a los que sufren.

Creer y actuar con fe liberadora

Hoy la fe muchas veces se reduce a rito o costumbre. Para Gutiérrez, es mucho más, es promover procesos de transformación y paso de situaciones menos humanas a situaciones más humanas. Una liberación integral, cuya raíz última es el egoísmo. La teología de la liberación al final es la creencia en un Dios de comunión y amor entre toda la humanidad. Por eso, el cristiano está llamado a actuar con fe en la construcción de relaciones justas frente a las relaciones de abuso y desigualdad, a resistir la vanidad y el individualismo con gestos de solidaridad y esperanza. Gustavo deja un legado inmenso: una teología que nace en y con la vida de los pueblos y los pobres, que se encarna en la historia y por tanto impulsar sociedades más justas y humanas.

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