Pável Huaripuma | Pienso, luego existo
[email protected]
Hoy en el Perú nos vemos nuevamente con varias amenazas causados por daños (enfermedades), que durante la pandemia por COVID-19 la vigilancia activa de otras enfermedades se debilitó y como consecuencia hoy, nueva mente ante una nueva amenaza diferente al Dengue, es la Fiebre amarilla.
Mientras el Dengue debilita más nuestro precario sistema de salud, como consecuencia brotes en varias regiones del país, llegamos nuevamente estar frente a una epidemia (numero nuevos de casos incrementados en una determinada zona geográfica). Comenzamos con el brote de la fiebre amarilla los peruanos en 1868, es una enfermedad vírica aguda, hemorrágica, que es endémica en áreas tropicales de África y América Latina. Es difícil diferenciar muchas veces entre casos de fiebre amarilla y otras fiebres hemorrágicas virales como arenavirus, el hantavirus, o el dengue.
La pandemia de “fiebre amarilla urbana” atacó a la población peruana desde mediados de la década de 1860 hasta finales de ese siglo. La ciencia indicó el origen africano de la enfermedad, con la transmisión de monos infectados por un mosquito a humanos. A tierras americanas y europeas habría llegado en los barcos de comercio de esclavos, empezando así los brotes incontrolables. La fiebre amarilla estaba presente en el Perú desde tiempos de la Colonia, pero cobró relevancia de emergencia médica en el siglo XIX.
La fiebre amarilla es una enfermedad viral, trasmisible y preventiva. La fiebre amarilla, se transmite por la picadura de zancudos que habitan en zonas lluviosas, tropicales, rurales de la selva. En nuestro país, son consideradas cuencas endémicas para trasmisión las que se ubican en zonas de selva alta de las regiones de Loreto, Madre de Dios, San Martín, Ucayali, Amazonas y zonas de selva de Junín, Ayacucho, Cajamarca, Cusco, Pasco, Puno, Huánuco y Huancavelica.
Los síntomas aparecen entre 3 y 6 días después de la picadura de un mosquito infectado. En una fase inicial causa fiebre, dolor muscular y de cabeza, escalofríos, pérdida del apetito y náuseas o vómitos. Para la mayoría de los pacientes estos síntomas desaparecen después de 3 a 4 días. Sin embargo, el 15% entra en una segunda fase, más tóxica dentro de las 24 horas siguientes a la remisión inicial. En esta fase, vuelve la fiebre alta y varios sistemas del cuerpo son afectados. La función renal se deteriora. La mitad de los pacientes que pasan a la fase tóxica mueren a los 10 -14 días, el resto se recupera sin daño orgánico significativo.
No existe un tratamiento específico para la fiebre amarilla. La vacuna es la medida preventiva más importante y es segura, asequible y muy eficaz. Proporciona inmunidad efectiva dentro de los 30 días para el 99% de las personas vacunadas y una sola dosis es suficiente para conferir inmunidad sostenida y proteger de por vida contra la enfermedad. Las autoridades juegan un rol importante en la prevención y promoción de la salud de su población, coordinando estratégicamente con el sector salud.