El sonido estridente nos envolvía como droga que se disipa por todos los rincones, nos abrazaba dulcemente y nos susurra placeres a futuro. Esos placeres que sólo se consiguen cuando vez a un extraño y deseas amar ese mundo ignoto. El sonido era un halo que recorría toda la discoteca y ponía en trance todo nuestro cuerpo trémulo y asustado.
Y desde una distancia prudente me imaginaba que danzábamos con la muerte, una danza tan cercana, tan íntima, una extraña mezcla entre lo dulce y lo mortífero. En ese momento importaba poco o nada todas las recomendaciones de bioseguridad. Importaba una mierda el Estado, la preocupación mundial de la OMS y el tropel de “ciudadanos correctos” cuando se trataba de llevar mascarillas, protectores e ivermectinas. ¡Qué se jodan todos! Es que los seres humanos experimentamos un segundo de placer como una eternidad, y vale la pena sentirlo y palparlo. Mi querido lector, tendrías que verlo, cómo aquella masa humana despedía con el son de la música, un reclamo constante y alarmante de ser amado hasta la saciedad. Esos seres humanos querían ser poseídos, atendidos y comprendidos.
En realidad, somos seres gregarios y políticos. Nuestras disputas lo resolvemos con saber distribuir el poder, pero también con la disposición de experimentar el goce del sexo en libertad. ¿Te imaginas ahora qué tan importante es la desinhibición, el goce y la libertad?
Quiero argumentar que el cuerpo de los seres humanos en el contexto de la pandemia, es un cuerpo trémulo y asustado. Eso responde a la búsqueda constante en desobedecer todo intento de recomendación que aísle el gregarismo humano. En otras palabras, en la primera ola, todos acataron la cuarentena, y en la segunda, siendo más letal, les importaba poco la cuarentena. Apenas terminada la primera ola, Europa era un bacanal, y Latinoamérica no se quedó atrás. Un cuerpo trémulo, es un cuerpo que necesita ser amado debido al prolongado aislamiento. Es un cuerpo que no toleraría a las instituciones represoras y violentas como el Estado, los medios noticiosos y las redes sociales. Este cuerpo trémulo está dispuesto a entrar en un trance con la realidad y llegar al punto de no visualizar y reconocerse ni el uno ni el otro.
Como el jolgorio no dura mucho tiempo, antes de irme, me percate de una adolescente, ella movía la cadera al son del rock de los 80, gritaba hasta reventar. Estaba soltando toda esa mierda retenida de vivir en un mundo Covid. Sus ojos parecían querer saltar de su órbita, su cabellera ensortijada revoloteaba en direcciones indistintas. Me alejaba, pero de rato en rato volvía a ella y me preguntaba si los seres humanos aún podemos rescatar nuestra esencia. Vivir en un mundo donde el cuerpo se mueva en libertad plena, sin miedo ni temores, sin ningún fantasma lúgubre que aceche nuestras vidas y nuestros cuerpos.