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jueves, noviembre 30, 2023
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La dignidad antes que la corrupción y la impunidad | Opinión

Mario Zenitagoya| Otra Mirada
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El historiador Alfonso Quiroz, en su libro “La Historia de la Corrupción”, manifiesta una de las posiciones lúcidas de la corrupción al indicar, que dicho flagelo “constituye un fenómeno insidioso, amplio, variado y global que comprende actividades tanto públicas como privadas. No se trata únicamente del tosco saqueo del patrimonio del Estado. La corruptela comprende el ofrecimiento y la recepción de sobornos; la malversación y la mala asignación de fondos y gastos públicos; el fraude electoral; el tráfico de “influencias”.

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El autor nos presenta un país profundamente afectado por una corrupción administrativa y estatal, que puede medirse desde las postrimerías del período colonial hasta nuestros días. Nos explica de cómo la corrupción ha limitado el desarrollo y el progreso del país. La región ayacuchana no es la excepción, es el departamento más corrupto y ocupa el “honroso segundo lugar en pobreza” a nivel nacional.

¿Será según entendidos en comportamientos sociales, de que somos una sociedad enferma?, masoquista, indiferente, conflictiva, obsesionada, deprimida?, ¿los valores que desde hace buen tiempo está en crisis habrá tocado fondo? ¿son las secuelas de los 20 años de conflicto armado interno? ¿O será lo que dejó el covid19?

 

El imperativo de hoy en día es recuperar la fuerza moral, seguir cultivando los valores morales aún haya sequía de por medio. Como dice Kapuscinski: más que pisar cucarachas, prender la luz, para que la gente vea cómo éstas corren a ocultarse.

Debemos tener presente que la corrupción supone un grave obstáculo para avanzar en la consolidación de los sistemas democráticos, amenaza la estabilidad política y produce una pérdida de credibilidad en el gobierno y en las instituciones públicas.

Además, dificulta el pleno ejercicio y disfrute de los derechos humanos pues acentúa las desigualdades sociales al imposibilitar la disponibilidad y gestión eficiente de los recursos de los que un país dispone.

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Tradicionalmente, y en algunas sociedades más que en otras, se ha venido concibiendo que la ejecución de ciertas conductas o comportamientos que hoy en día son considerados manifestaciones de una sociedad corrupta (recurrir a “contactos” para asegurar un contrato, realizar pagos de facilitación, dar obsequios tras la aprobación de un permiso), son normales e incluso positivas para el avance y desarrollo de la economía.

En muchos países la corrupción se asume como parte de la vida diaria y del desarrollo normal de las instituciones y empresas, produciéndose una amplia tolerancia social hacia una cultura de la ilegalidad generalizada o reducida a grupos sociales que consideran que «la ley no cuenta para ellos»; creencia, que termina formando parte de la cultura de un país u organización en la que se resta importancia al fenómeno. La corrupción atenta a los derechos humanos.

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Resulta dudoso que posea fuertes valores éticos quien es capaz de cometer una conducta social y legalmente tan reprochable. Cuando existe sólida educación y valores éticos y morales sobre los efectos negativos de la corrupción y la necesidad de mantener una actitud de rechazo hacia ésta, es más difícil que surjan estos comportamientos en los individuos. Aunque existan leyes que la castigan, la necesidad de que las personas adopten una postura clara en contra de la corrupción y por pleno convencimiento es fundamental.

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