Dejando de lado, por el momento, los acontecimientos y problemas actuales de nuestra ciudad, volvemos a retroceder en el tiempo para recordarles a los antiguos huamanguinos -si todavía quedan algunos- sobre un proceso social que atañe a todos los países del mundo: LA MUERTE.
Cada sociedad o grupo social, afronta la muerte de diferente manera, ritos y costumbres ancestrales sui generis y que se mantienen casi inalterables en el tiempo.
¿Cómo afrontaban la desaparición de un ser querido los huamanguinos de mediados del siglo pasado?
Una sociedad clasista, como la nuestra, del tiempo que vamos a narrar, entre los habitantes del “centro histórico” occidentalizados, por ser descendientes de españoles; y los habitantes de los barrios tradicionales, mestizos bilingües, con fuertes recuerdos de sus antepasados indígenas, se pintaba de blanco y negro. “Fueron muy parecidos; pero, totalmente dijuerentes” Según me contaba mi hijo que habitó muchos años en Tarapoto: y así diferenciaban nuestros connacionales selváticos a cualquier cosa.
Entre los habitantes de la clase alta, el velorio y el entierro se mantienen casi inalterables hasta nuestros días. Lo único que recuerdo y que ya no se utiliza, cubrir con tela negra todo el salón donde se velaba el difunto; su nombre también se mantiene inalterable; “CAPILLA ARDIENTE” y los asistentes, todos de riguroso luto. Los chistes colorados, la noche del velorio, la tacita de café y tragos cortos, también se mantienen inalterables.
En cambio, el velorio en los barrios digamos -de alguna manera-, más folklórico y con fuerte tradición andina. El fondo de esta “Crónica” es narrarles precisamente esta y; aquí vamos.
El día que “dejaba de existir el difunto” ¿está bien o está mal? Bueno, cuando el difuntito ya era difunto, la familia ya había comprado la mortaja para vestir al muerto para su último viaje, si era varón, con el hábito de San Francisco de Asís, con cucurucho y todo. Si era mujer, con el hábito de las monjitas de Santa Clara. Al difunto, (a) así vestido, lo tendían en una mesa, siempre con adornos fúnebres, iluminado por cirios y velas. La elaboración de estas túnicas era ocupación de varias personas, pero la más famosa era la esposa del señor Soto de Santa Teresa, conocida como “La Beata”. En los días que vivimos, ya no se usan, todos se entierran con terno o ropa oscura.
La noche del velorio todos los asistentes llegaban portando velas, otros, coca o licor. Si no llevaban nada depositaban algún dinero en un plato ubicado al pie del difunto.
A los asistentes, les invitaban bebidas calientes reforzadas con cañazo, otros chacchaban coca que los anfitriones repartían. A determinada hora empezaban los juegos de distracción, por separado, para mujeres y hombres. El escaso dinero recaudado en estos juegos servía para comprar más licor, coca y cigarrillos.
El juego para las mujeres se llamaba “SARAYSARAYCHA”, el juego se parecía a un juego de dados llamado “crap”- Dos granos de maíz eran pintados, un solo lado, con “tojra”, que servía como dado -la tojra es un complemento que el chacchador mezcla con la coca al momento de chacchar- Antes de empezar el juego, las señoras “compraban” un poco de maíz, para entrar al juego. La distracción concluía cuando quedaba una sola ganadora que había ganado todo el maíz en juego.
El juego para los varones se llamaba “TIRO AL CORAZÓN” la finalidad era la misma que el juego para las señoras. Se jugaba con casino, llamado también baraja. Consistía en adivinar el número del casino que un “dador” se encargaba de mostrar al participante. Si no adivinaba tenía que pagar y beber el cañazo de castigo.
De esta manera, hombres y mujeres pasaban la noche hasta el amanecer del día del entierro.
El velorio solamente duraba una noche. La misa del difunto y el entierro se realizaba al día siguiente. Ambas ceremonias se hacían a partir del mediodía. El recorrido del entierro, -como si fuera parte del ritual- siempre tenía que pasar por la Plaza de Armas, lugar donde algún espontáneo con complejo de orador, improvisaba un laudatorio como “allin runallam karja, suacha kayllanmi”. Continuaba por el jirón Arequipa, puente de San Sebastián, Apulima chaka y Cementerio General. Este recorrido cambió con el tiempo por la Av. Mariscal Castilla que en ese tiempo no existía, porque antes fue un próspero fundo llamado “San Pedro” de la familia Romero quienes también fueron los protectores del Colegio Salesiano “San Juan Bosco”, antiguos dueños de su amplio local. Concretamente por la señorita María Romero, bautizada por el Padre Fassio como “La mamita de los bosquinos”.
La gente de barrio, “normalmente pobres” no se enterraban en nichos. Que están hasta ahora, a ambos lados de la entrada, antes de llegar a la capilla. A la espalda de ella se extendía una pampa eriaza que terminaba en el “Osario”. Em esos tiempos, no existían ni mausoleos ni jardines. Esa pampa estaba destinada para el entierro de los pobres y NN.
La gente pobre se enterraba en este lugar, en una fosa cavada en el suelo, cada cierto tiempo, “los Huejochos” desenterraban los cadáveres que quedaban desparramados a la intemperie y; para seguir enterrando a otros difuntos que no podían comprar un nicho decente. A la fiesta de Todos los Santos, le seguía una tradición llamada “tullu pallay” (una semana después de la fiesta) que consistía en recoger todos los huesos de los difuntos desparramados en la pampa, para llevarlos al “osario” donde los “Huejochos”, (enterradores) lo quemaban.
La ceremonia fúnebre concluía con el “pacha tajsay” (lavado de ropa del difunto) que lo hacían generalmente en Muyurina o en Huatatas, para ser velados en el “pichja” (quinto día de su muerte) y;….”Colorín colorado. Este cuento ha terminado…” Es probable que próximamente les narre cómo era la fiesta de Todos los Santos. ¡Abur!